sábado, 26 de julio de 2008

Historias de vida y juegos de hilos



Estas historias de vida pertenecen a una época de rescate de los juegos de hilos (2001) que solíamos jugar cuando éramos chicos Juegos que eran habituales para nuestros padres y abuelos y abuelas en el campo. De noche, alrededor del fogón o la cocina a leña.
Virginia y Rosa son dos abuelas de Maquinchao que lograron, no solo activar mi memoria dormida, sino enseñarme otros juegos con los hilos.
Ellas compartieron momentos, mate, risas y….. Contaron.
Virginia falleció este año después de una larga enfermedad
.

A la memoria de Virginia

Todos los jueves del año eran tristes porque
no nos dejaban comer en todo el día. Decían que era santo.
Virginia.

Virginia ve mi figura aparecer en la puerta semiabierta y sale al encuentro con sus pasos cortos, silenciosos y sus anteojos de marco rojo, algo desvencijados por el uso. La puerta de entrada a la casa tiene un escalón que te obliga a levantar las rodillas.
A pesar de mi torpe tardanza - habíamos pactado el horario – me mira con sus ojos redondos marrones, se sonríe con la paciencia de quien conoce los tiempos de espera campesina, abre la puerta y agradece la visita de antemano.
Su casa parece preparada para el encuentro, una mesa redonda –despejada- y cuatro sillas de mimbre marrones dispuestas alrededor. Cuando le pregunto si puedo usar una filmadora, se ríe y dice –vamos a salir en la tele.
Virginia nació en Vacalaufquen, a 70 Km. de aquí, en una zona de campo muy agreste, eran cerca de 10 familias nucleadas alrededor de una enorme laguna. El lugar supo tener destacamento policial y escuela.
Por el camino a su casa materna, se rodea y se baja en caracol un cañadòn profundo, que tiene en sus paredes pinturas rupestres a ambos lados en muy buen estado de conservación. Y fue y es muy visitado por antropólogos y curiosos.
Virginia es una de los 10 hermanos. En el campo no tenían radio, ni TV y los horarios para jugar estaban establecidos por los padres. Generalmente eran por las tardes, a la hora de la siesta salvo en épocas en las que había que salir a juntar para la esquila. Entonces solo eran trabajos.
Su papá – Nazario- era delegado indígena y en su casa, recuerda Virginia, siempre llegaba gente con problemas a solucionar. A todos los atendía mi papá – dice. Será por eso que la hospitalidad en su casa salta a la vista. Los amigos y parientes entran y salen –sin golpear- .Se paran asombrados cuando ven la cámara y con un hola! van llegando y se acomodan en un banco largo, que está sobre una pared. Se sientan, cuchichean y se quedan callados. En dos horas de charla aparecieron 10 amigos y sus nietas en la casa.
Su esposo Lucas es inquieto, camina arrastrando los pies, con un leve cojeo y con la mirada clavada- a través de sus gruesos anteojos - en el piso, de un lado para el otro. Parece impaciente pero está atento al relato de su esposa.
Virginia recuerda – agacha la cabeza, se toma las manos – y su mirada se pierde. Hace una pausa y el silencio nos invade y cuenta que cuando chica tuvo un gran problema de salud .No pudo hablar por dos meses. Dos meses- sabe usted. Mi mundo era el de los animales - dice. Cuidar chivas o pastorear las ovejas todos los días con mis hermanos menores Miraba mucho el cielo, después las juntaba a todas y volvía casa. Los hermanos le preguntaban que le pasaba pero ella no podía responderle. No le salía nada. Y se calla. Y otra vez la pausa. Y cada uno que la rodeamos nos vamos impregnando de este vacío que impone el tono de todo su relato.
Cuenta Virginia que todos los jueves del año, en la casa no se comía, ni al mediodía ni a la noche y ladea su cara. El dolor parece aflorar en su mirada.
Se levanta, toma la pava roja que está arriba de la cocina de leña y dice ¿quiere un mate? Y aparece su sonrisa.
Eran creencias de mis padres, sabe. Entonces aprovechábamos con el Julián, uno de mis hermanos, el día anterior en que se hacía pan casero para robar uno. A veces me encontraban y no me salvaba de la paliza con el rebenque (que estaba siempre colgado en la cocina) y de ahí me mandaban al fondo de la casa donde estaba el galpón, a rezar. Y allí me quedaba toda la tarde, el sol se filtraba por las chapas .Agarraba piedritas y jugaba a la payana y se me pasaba la hora, recuerda Virginia.
Su padre hablaba la lengua. Rezaba todas las mañanas muy temprano y tiraba yerba. Virginia mueve siempre las manos para hablar y su pulsera en el brazo derecho - una cinta roja - acompaña el vaivén de sus manos. Me mira, deja que la pausa se instale, llega y el silencio que comunica y vuelve a hablar.
Muchos hermanos ya han muerto y nos vamos quedando poquitos me cuenta, hace tanto tiempo que no voy al campo .Es que tampoco tengo tiempo. A ver si sabe esta matra – propone - y juega con los hilos.
Cuando la tarde se nos va yendo Virginia me propone - picaramente – “adivinar mi vida”.
Con los hilos yo puedo saber asevera muy convencida. Y se ríe.
Y le digo que sí - entonces toma el hilo y arma el juego con hilos dobles entre sus manos. El hilo queda tan cerca de su cara – que acompaña el doblez de los hombros - que es casi imposible ver las maniobras del armado, da vueltas y vueltas el hilo sobre los dedos, lo saca de uno y lo pone en otro, y entonces, al final los codos se abren y ella extiende la trama. Son triángulos que se disparan desde un punto central donde se confunden las hebras, estira las manos y los brazos y dice –solemnemente - “anda con una “y se ríe, y me mira y busca complicidad – que se la concedo- y nos reímos a carcajadas los dos.
Cuando salgo, afuera ya está anocheciendo./////



Me parece mentira estar frente al Papa
dándole mí poncho y solo habían pasado
dos meses de la muerte de mi marido.
Solo me salía llorar.
Rosa



Rosa tiene 68 años, nació en el paraje de El Chaiful a 60 Km. de aquí- su infancia nos cuenta Rosa estuvo alternada entre algunos juegos infantiles como el corralito, la payana y el tejo entre ella y sus hermanos y las tareas propias del campo: el ordeñe de la chivas, el cultivo de la huerta, la juntada de animales para que se pudiera esquilar, etc.
El papá (ya fallecido) le enseñaba a ella y a sus 7 hermanos los juegos de hilo que luego ella practicaba hasta sacarlos.
Rosa llegó a pueblo a los 13 años, fue a la escuela y aprendió a leer y escribir. Concurrió hasta 3º grado. Su mamá vive en Comallo.
Recuerda que no había castigos corporales para ella ni para sus hermanos, pero nos dice, y el tono se eleva firmemente – teníamos la mirada de papá, era la “guía”.
Siempre vivieron en el campo y aunque cuando era chica estaba enferma su papá la llevaba a Jacobacci. Allá se aburría mucho y quería volver pronto.
Un rasgo de la época muy fuerte que vivencia Rosa que era que no podía escuchar la conversación de los mayores por lo que tenían que retirarse cada vez que venia alguien a charlar. Su papá cantaba mucho, canciones de cuna en lengua mapuche y rezaba todas las mañanas. Su mamá también sabía hablar la lengua pero tanto ella como sus hermanos no pudieron aprender porque no le enseñaron.
En el año 48 dice Rosa hubo una gran nevazòn y perdieron todo y se tuvieron que venir al pueblo, el papá a trabajar en la Estancia Maquinchao, las ovejas se la dejaron a un vecino que las terminó y el campo al ser fiscal finalmente se perdió.
De niña miraba como su mamá tejía en el telar .Nunca le enseñaron a tejer pero “yo prestaba mucha atención, no se me escapaba nada “, dice. Y fueron esas miradas suficientes para aprender cuando fue grande. El poncho que le regaló al papa Juan Pablo II es un orgullo para Rosa.
Rosa despierta calidez, habla pausado, bajito y te mira a los ojos cuando habla .Sus nietos – en silencio- acompañan con las miradas este andar por el mundo de su abuela. Su hermano Rogelio aparece de pronto en la casa y ahí nomás se pone a desafiarnos con juegos de hilos.
Rosa trabaja actualmente como cocinera en la residencia estudiantil primaria donde estudian chicos nacidos y criados en el campo y a los cuales le ha trasmitido los juegos de hilo.
Su candidez y la predisposición para enseñarnos sus juegos convocan a Rosa a despertar al ovillo verde que duerme todo arrollado sobre la mesa .Toma un trozo, lo corta, lo anuda y lo coloca entre el índice y el pulgar y su cuerpo se transforma. Energía en movimiento: los dedos van de aquí para allá, camina, gira, se ríe, hace chistes y muestra con esas manos, color mate, las tramas que aparecen una y otra vez, distintas, impactantes y uno se queda boquiabierto.///

viernes, 25 de julio de 2008

martes, 8 de julio de 2008

un sàbado a la noche


Sábado de frío y escarchas, el último de Mayo de este 2008 que se despide.
Por algún lado se filtra Iván Noble con la bella canción del jardinero de Maria Elena Walsh.
Salvo el ruido del ventilador de la CPU mientras escribo, no se oye nada más a esta hora de la noche, son las 11. En los pueblos, el refugio es adentro de tu casa, quizás por costumbre, quizás porque solo existe un solo ámbito de café, muy desdibujado.
Lo de desdibujado no es porque sea virtual sino porque el café existe, lo que no existe es la costumbre de servir café, solo cervezas. Aunque haga frío. Mucho frío.
Así que prendès la estufa para amortiguar la noche y miràs como destella la helada inminente sobre el suelo, es como si luciérnagas anduvieran en la noche y rebotaran por doquier. Un titilar permanente. Está helando.
Esta mañana con el mate leí en el diario que encontraron una tribu aun no “civilizada”, en el corazón del amazonas dice la agencia Telam en la contratapa del Río Negro. Se publica una foto aérea donde unas personas, semidesnudas, con sus caras pintadas, con arcos y flechas disparan a un imaginario avión desde donde está tomada la imagen. Parece cómico en este siglo, pero no lo es. Dejo el mate.
¿Que será del vuelo del águila? diría el viejo jefe Seattle del Norte cuando ya no quede lugar para las aves. ¿Que será del amazonas cuando la carretera le atraviese como un tajo lacerante?
Tribus que han sido “encontradas “por el hombre blanco y cuyo destino, irremediable, es esperar resignado como el guanaco herido aquí en la línea sur cuando escucha las pisadas del cazador.
Me pregunto en que momento terminará la vida allí.
Es tanta la sed de avasallar, de pisar, de no respetar, de llevar todo por delante que ya ni el gran pulmón verde brasileño queda a salvo. Mucho menos la gente, que duda cabe. Nuestros muertos nunca olvidan el bello mundo que les diò el ser.
No pasará mucho en que leeremos, en el mismo periódico, el registro del último indígena muerto en el amazonas. Sólo quedarán las marcas, indelebles e invisibles, de los pies desnudos impregnados en agradable comunicación con la tierra brasileña enriquecidos por la historia.
¿Muertos? .No habrá muertos. Sólo un cambio de mundos.
Mientras la noche nos va tragando despacito, siento el silencio y la helada como un cuchillo. Es hora de apagar la luz. /////

domingo, 6 de julio de 2008

El arroyo maquinchao



Una imagen del arroyo Maquinchao.

sábado, 5 de julio de 2008

EL DOMINGO QUE FUE ...

Todos saben que nací en Sierras de Apas en el 45, año del general decía mi padre Juan. De él aprendí a mirar mas allá del lucero por las mañanas mientras el cielo se preñaba de estrellas almidonadas inmensamente lindas. De Ambrosia, la paciencia y ese hoyuelo en la cara que- dicen- aparece cuando me río.Tambien el pelo negro.
Con los dos mamé el campo y sus recovecos llenos de misterios .Esos que asombraban mis pasos cuando fui creciendo. Me crié solo, con piedritas redonditas para jugar “al estanciero” .Fueron las chivas quienes siempre estuvieron acopladas a mi paisaje. Todos los días había que salir a buscarlas. En verano era lindo. En días de escarchas y manto blanco se te congelaban las manos y las orejas mientras el viento te silbaba, despacito, pero sin parar toda la tarde.
Un día mi padre me dijo que era tiempo de hacerme hombre y comprendí que eso era irse, porque la vida es movimiento. Arranqué con mi zaino trabajando por estancias y campos con dueños que siempre me dejaban yerba pero nunca algún recibo, nunca había plata, un gracias, solo hasta luego.
Una noche soñé que el lucero se iba apagando despacito en espiral .Y caía. Y caí enfermo y no me pude levantar.
Era domingo, cuando el Domingo llegó en una tarde de viento y tierra al hospital, confuso, flaco, perdido y con su pierna derecha arrastrándola. Tenía dificultades para hablar. Lo acompañaba quien él decía ser que era su patrón pero que en realidad no lo reconocía en su tarea. Lo dejaron en la cama blanca de la sala –solo- y como tantas otras veces se fueron…
Domingo no entendía nada de lo que le pasaba: esto es un suero, le decían, mientras le pinchaban el brazo Las camas estaban en fila, y esa luz tan fuerte! prendida toda la noche, los quejidos de los demás, esa tos de al lado que no paraba, los llantos por el muerto….
La calefacción lo torturaba, mucho calor acá dentro, decía Domingo, y se la pasaba subiendo y bajando el aparato. Extrañaba la leña, el humo, la llama y su magia, esa que lo despertaba por las mañanas, a las cinco. Nunca había tenido un baño, no entendía a la gente y su suciedad conviviendo adentro, no podía entenderlo.
Empezó a mascullar preguntas para adentro Domingo.
Tuvo que venir la primavera para que se fuera afianzando, comenzó a reconocer las voces diarias conocidas, el horario de las comidas (demasiado tarde para su gusto) y la carne de capón que no llegaba!.
Se fue mimetizando con el paisaje del hospital, como la silla, la cama, la chata. Pasó a ser el Quini.
Una mañana nos llamaron para que empezáramos a verlo. Quini no se adaptaba a su nueva realidad - impuesta.
Charlas de por medio pudimos proponerle que empezara a entender que en realidad había vivido siempre solo y sin un lugar que le fuera propio. El ya lo sabía de antemano y entonces solo nos miraba.Y se reía. . Es que al Quini le pasaba otra cosa. Tenía otro tiempo. Estaba acomodando ladrillos en su interior para construir de vuelta.
Así fue como empezó a acompañar a los internados, llamaba a los enfermeros, ayudaba a comer…Estaba siempre sentadito desde temprano en el fondo del pasillo, desde ahí veía llegar a cuantos llegaban a atenderse,¿ llegó Adriana? Le preguntaban, siempre entre susurros (talvez para mitigar el dolor y no andar desparramándolo por ahí). - Aun no la vi.- contestaba Domingo.
Lo cierto es que Domingo era la referencia. Comenzó a hacerse amigo de la huerta, porque la tierra tenía su color y su aroma .Firme todas las mañanas, callado, pero rumiando siempre para adentro , apoderado de la manguera..
Empezamos a pensar juntos en la posibilidad de que era tiempo de re-hacer su vida en el afuera, ese que hasta entonces le era hostil. Comenzó con visitas para navidad y año nuevo a casa de sus familiares, que casi no conocía. Se le gestionó una pensión y salio. Había algo de dinero. Salió con tres mujeres de compras - en exactamente una hora y cuarto - no tenía más plata. Compró todo lo que el consideraba que necesitaba: cama, sillas, colchón, anafe, garrafa y sobre todo leña.
El Titi, nos ofreció una piecita, parecida a la que siempre había vivido: chica y con el baño afuera. Fuimos en bandada a conocerla. Cuando Titi lo vio, arrugó la nariz, abrió los ojos grandotes, dobló la espalda y gritó: pero si es Pichichao!!! , Como no me habían dicho que era è! Si habrá jineteado alazanes éste.
En ese preciso momento Domingo se murió. Cayó fulminado. Así dejaba paso a su identidad recuperada: pasó a ser para todos Pichichao, el pequeño padre.
¿Y nosotros? .Absortos. Con tantos miedos de que no se quisiera ir del lado nuestro, siempre mediatizados por la idea de que somos nosotros los que brindamos identidad, o tal vez queriendo frenar su partida olvidándonos que Pichichao siempre vivió - sin nosotros.
La alegría lo invadió con la mudanza, aparecieron los chóferes y Titi. Armamos la casa, hasta Rosita ayudó a organizar su nuevo espacio y empezó a vivir solo, como siempre lo había hecho.
Pichichao viene todas las semanas a saludarnos, nos pudo decir que habíamos sido como esa familia que nunca tuvo, con las alegrías, algunos aciertos y con conflictos …..como en casa.
Algunas tardes se lo ve a Pichichao por las callecitas de Maquinchao, con esa pierna – la derecha- que se resiste a seguir el ritmo interno de su cuerpo pero con una sonrisa recuperada, contagiosa, con aroma a dignidad.