miércoles, 10 de septiembre de 2008

La manzana de la escuela 363




Hace 50 años atrás en la actual manzana 116 solo existían coirones, zampas, algarrobillo y hasta algún piche. El pueblo aún no estaba mensurado, el Dr. Nàpoli estaba a cargo de la comisión de fomento y una familia venía a levantar la primera vivienda en el predio: los Roldán.
Aún existen los olmos que plantó mamá dice Casimira, ve esos olmos que están allá, esos son dice emocionada mirando ondear la incipientes ramas verdes de preludio primaveral.
Después llegaría la familia de Julián Pereyra a la que 10 años más tarde la familia Huinca le compraba la casa. Y mas tarde se afincaba la familia Uriz que le compraba la casa a Don Nayas Jalil que había construido en la esquina de la manzana luego de la llegada de la familia Roldan.
Corría el año 69 y comenzaba armarse el grupo de chicos que por una década iba a dejar su impronta en el predio de la escuela, corriendo detrás de un cuero como decía Borges. Dicen que los ingleses inventaron el fútbol o al menos esto del wing, el centro half que se usaba en la manzana 116, aunque fueron los chinos hace 5 mil años quienes organizaron los primeros juegos.
Allí nacía la famosa “canchita de los Roldàn”.
Todos los días, a las dos de la tarde comenzaba el rito, Talano llevaba la pelota, recuerden que la pelota fue siempre marrón hacia medio siglo, después blanca y hoy unos cambiantes colores y se iban arrimando los primeros: Bataraz , Roberto Huinapan, Cayupan, Tatin Laciar ,Romualdo Ventuala, los Roldan, los hermanos Beliu, Jorge Huinca, Poche. Hasta las diez de la noche duraban los picados.
En la canchita los jugadores de Boca y River de la época eran los consabidos sobrenombres de casi todos. Del mundial 66 y del gran Bobby Charlton nada se supo, tampoco del mundial del 70 y de la tremenda patada a la carrera para el golazo de Jairzinho contra Italia que definía a la verde amarelo como campeón mundial y tampoco nadie se enteró y disfrutó del genio de Cruyff de la naranja mecánica del 74 justo cuando moría Duke Ellington el rey de jazz.
Es que la tele recién llegó en el 78 al pueblo y se veía en colores para fascinación de todos, aún cuando medio mundo ya tenía esa emisión.
Entonces los sobrenombres cambiaron, en la canchita de los Roldán aparecían las estrellas del mundial 78, estaba Leopoldo Luque y sus letales cabezazos que era Poche, Tomacito Melillan alias Tardelli el zaguero azurro o el espigado Bettega de los tanos que era uno de los Roldan.
Y se venía el clásico de todos los domingos, con mucho aceite esmeralda en las piernas que dejaba una baranda apestosa y sobre todo si era contra el barrio la Cantera de Morrongo y cia., que no era un cuadrito de morondanga. Había que poner la pierna fuerte. Eran épocas en donde te corrían a piedrazos del barrio si te atrevías a ofender el honor.
Después estaba el otro clásico contra el barrio La Pampa de los cordero, los laciar, huinapan.
Había como una consigna tácita en el partido, no se podía terminar cero a cero, no, eso no estaba permitido .Había que reventar a la red a goles. No como ahora que los partidos son un fiasco de tanto cuidar los arcos.
Y don Lucas Sierra tenía un kiosco que entre otras cosas vendía las naranjas que se le compraba para dirimir el clásico. Se compraba un cajón, entre todos, que quedaba a la sombra y se repartía a los jugadores del equipo vencedor. Piluncha Martínez era el arbitro, el abominable tirano y ampuloso verdugo que ejercita su poder absoluto con gestos de opera, dijera Galeano
Mientras tanto llegaba el 73 y don Lucas Sierra comienza a levantar en la manzana 116 lo que sería el templo evangélico del barrio y que terminaría en el 96.
El mundial 78 hacía delirar con las gambetas de Kempes y en la canchita de los roldan se hacían los picados mas rabiosos, no existía el 4-2-4 ni tampoco el carrilero, todos corrían cubriendo el campo y levantando polvareda que todo lo tapaba menos a los jugadores holandeses que se negaban a saludar a los jefes de la dictadura argentina.
En el 80 al barrio le pusieron de nombre Hueney, amigo en mapuche. Se compraron las primeras camisetas al “gordo porcel” un viajante muy popular que deambulada arriba del tren cubriendo toda la línea sur en bolsos cargados de ropa. Las camisetas eran de lana de abrigo de color blanco y doña Eusebia Sarries les hizo la banda roja así se lograba emparentar con los colores River Plate de Buenos Aires, los números se pintaron a mano y estaban muy lindos para el primer partido. Se mostraba el equipo con su uniforme reluciente. Claro que todo duró ese día porque luego del primer lavado es encogieron todos y chau camisetas, a nadie le entraba. Allí terminaron las camisetas.
Talano seguía como el dueño de la pelota y era el que cuando el picado se ponía caliente por las patadas, paraba la pelota, se la ponía debajo de la axila derecha y decía “acá no se juega más” y se la llevaba y todos se tenían que ir. Todo un conciliador este Talano, a su manera.
Hasta que el año 1987 en un accidente muere trágicamente, llevándose, como no podía ser de otra manera la pelota seguramente para seguir jugando y evitando las patadas mientras que aquí ya nunca más se jugaría tantas horas de partido y se perdería definitivamente los clásicos dominicales.
Ya nadie volvería hablar de “la canchita de los Roldan”.
Entonces la manzana 116 volvió a ser un baldío lleno de pastizales.
En 1996 La ONG Un techo para Mi Hermano decide construir 15 viviendas por el sistema de ayuda mutua y autoconstrucción, el grupo original decide la construcción en ese lugar. Se solicita el terreno al Concejo Deliberante y se comienzan a cortar adobones a fines de Noviembre, con Ernesto Millanta, Los hermanos Sepúlveda, Luís y Alfredo Ñancucheo, Miguel entre otros. Trabajo rudo y duro, todos los días se cortaban 2000 adobones y se dejaba secar, hasta que una tormenta en la noche de marzo de 1997 inundó todo el terreno y se perdieron 10000 adobes.
La canchita jugaba en contra, y por goleada. Se devolvió el terreno, y el barrio trasladó sus adobones y esperanza donde hoy están sus viviendas.
Después llegó la nevada grande del 84, la casa de Miguel Cabezas quedó dentro del agua y ya no pudo habitarla más. La casa de don Uriz hubo que levantarle un terraplén que aun existe para protegerla.
Fútbol, risas, naranjas compartidas, corte de adobes e inundación tienen el sello en la manzana de la 363.
Lo que vino después, es historia conocida.///